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domingo, 19 de diciembre de 2010

Jóvenes, educados y rechazados



Por Andrew Jacobs
New York Time

Beijing – Liu Yang, la hija de un minero del carbón, llegó a la capital el verano pasado (boreal) con un flamante diploma de la Universidad de Datong, 140 dólares en la billetera y la convicción de que era invencible.
            Su primer choque con la realidad llegó ese mismo día cuando arrastraba sus valijas por un deteriorado barrio no muy lejos de la Villa Olímpica, donde decenas de miles de otros jóvenes se acomodaban de a cuatro por cuarto.
            Liu, que no podía encontrar un lugar para dormir y no se mostraba impresionada por la concentración de edificios vetustos, frunció la nariz cuando la envolvió el olor a basura. “Beijing no es como en las películas”, dijo.
            Los graduados ambiciosos como Liu, que suelen ser los primeros miembros de su familia que llegan a terminar los estudios secundarios, forman parte de una ola sin precedentes de jóvenes de toda China que se suponía iban a cambiar la economía dependiente de la mano de obra no calificada del país por un futuro calificado. Desde 1998, la cantidad de egresados universitarios ha pasado de 830.000 por año a más de seis millones.
            Se trata de un logro notable, pero también es motivo de preocupación. Si bien es fuerte, la economía no genera suficientes empleos profesionales para absorber el flujo de adultos jóvenes educados.
            “En realidad, la universidad no les brindó nada”, dijo Zhang Ming, un especialista en ciencias sociales que critica el sistema educativo chino. “Si alguna vez hubiera una crisis económica, podrían ser una fuente de inestabilidad.”

Gilles Sabrie para el New York Times

Chinos educados siguen llegando a Beijing a pesar de que las perspectivas no son buenas. Barrios como este, que tiene alquileres baratos, atraen centenares de personas.
Los títulos abren pocas puertas en China.
Aumentan la demanda y los sueldos de los trabajadores sin estudios.
Los diplomas provinciales gozan de poco respeto en Beijing. Liu Yang, a la izquierda, perseveró durante un tiempo, pero terminó por volver a su provincia.


            En una suerte de reversión cruel, ahora hay una gran demanda de la antigua clase migrante china –los campesinos sin educación que llegaban a las fábricas urbanas-, y la escasez de mano de obra, así como el mayor control gubernamental, han incrementado los sueldos fabriles un 80% entre 2003 y 2009.
            El sueldo inicial para aquellos que tienen formación en contabilidad, finanzas y programación digital, no experimentó cambios durante el mismo período. De todos modos, el atractivo de la riqueza espectacular de ciudades como Shanghai, Tianjin y Shenzhen hace que los jóvenes graduados sigan llegando.
            “En comparación con Beijing, mi ciudad natal, Shanxi, parece haberse quedado en la década de 1950”, señaló Li Xudong, de veinticinco años, uno de los compañeros de estudios de Liu. “Si me quedara en Shanxi, tendría una vida vacía y deprimente.”
            Pero los recién llegados descubren que sus títulos provinciales les valen poco respeto en la gran ciudad. A eso hay que sumarle una marea demográfica que ha hecho crecer las filas de los jóvenes de entre veinte y venticinco años a 123 millones.
            “China ha mejorado mucho la calidad de su fuerza de trabajo, pero la competencia nunca fue tan fuerte”, declaró Peng Xizhe, decano de Políticas Públicas y Desarrollo  Social de la Universidad Fudan de Shanghai.
            Un egresado de la Universidad Datong, Yuan Lei, cuestionó el entusiasmo de Liu, Li y tres amigos, Yuan había llegado a Beijing meses antes, pero seguía sin empleo.
            “Si no se es hijo de un funcionario o no se tiene dinero, la vida es muy amarga”, les dijo mientras comían fideos de 90 centavos.
            A medida que oscurecía y las calles se llenaban de jóvenes recepcionistas, cajeros y empleados de ventas que se dirigían a sus casas, Yuan guió a sus amigos por un pasaje húmedo y luego por una escalera inestable hasta llegar a su cuarto. Tenía aproximadamente el tamaño de una cama doble, y compartía un baño sucio con decenas de otros inquilinos.
            Li sonrió al ver la escena. “Estoy listo para salir al mundo y probarme”, afirmó.
            Los siguientes cinco meses serían una prueba más dura de lo que él y los otros suponían. Li se abrió paso en ferias laborales repletas, pero salió con las manos vacías. Por último, él y sus amigos aceptaron empleos en ventas en una compañía de fideos instantáneos. El sueldo inicial, de apenas 180 dólares por mes, resultó depender en parte del cumplimiento de ambiciosos objetivos de ventas. Trabajaban doce horas por día.
            “Esto no es lo que quiero hacer, pero por lo menos tengo trabajo”, dijo Li, que también manifestó su preocupación respecto de si podría casarse con su novia del colegio secundario, que lo había acompañado a Beijing, si no lograba ganar lo suficiente para comprar una vivienda.
            En su cultura, se espera que el novio provea un departamento para la novia. Para noviembre, la presión había vencido a dos de los otros -entre ellos Liu Yang-, que volvieron a su provincia.
            Eso dejó a Yuan, Li y sus novias. Una noche, se quejaban de la hostilidad de los habitantes de Beijing y de lo aburrido que era su trabajo. “Ahora que veo cómo es el mundo exterior, lo único que lamento es no haberme divertido más en la universidad”, dijo Yuan.

Con la colaboración de Xiyun Yang y Benjamin Haas




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